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4 de junio de 2012

Desenchufados - Artículo para Usuario Digital



Artículo publicado en Usuario Digital

DESENCHUFADOS
La abstinencia tecnológica: hábitos y miedos asociados
 
En promedio, un humano puede soportar: tres semanas sin ingesta de alimentos, tres días sin tomar agua y tres minutos sin respirar. Hoy podríamos añadir una nueva constante: ¿por cuánto tiempo un “nativo digital” puede alejarse de la tecnología?
Antes que cierres la revista de puro espanto, te pido que revises este artículo y evalúes el grado de adicción que has desarrollado a la tecnología. Como todo vínculo de dependencia, el abuso de la tecnología desarrolla en los seres humanos cambios de conducta drásticos. Entiendo que los entornos sociales, laborales y afectivos hayan variado desde la llegada de las nuevas plataformas de comunicación – de hecho, hacer este artículo hubiera sido una odisea sin el acceso a Internet o la falta de un procesador de texto –, pero tampoco podemos pensar que esta asimilación provoque desplazar nuestros hábitos reales de comunicación o interacción humana. Es más, desde que existe Internet, nuestros niveles de ansiedad se han incrementado peligrosamente. Si no lo crees, responde honestamente a estas preguntas:

  • ¿Te has tocado el bolsillo compulsivamente pensando que tu teléfono vibró?
  • ¿Te has quedado en Facebook, Twitter, Google Reader, Messenger o cualquier otro sistema sin hacer nada más que esperar a que alguien se conecte o escriba algo?
  • ¿Has tenido cuadros de ira contra tu Smartphone cuando falla o se cuelga?
  • ¿Hace cuánto no APAGAS el celular – no por falta de batería, sino por principios -?
 
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Como te habrás dado cuenta, las preguntas no riñen con las nuevas costumbres tecnológicas, sino que se basan específicamente en medir tu comportamiento online y hacerte reconsiderar sobre una realidad evidente: eres un adicto… y eso no es broma.
Por ejemplo, para medir los niveles de adicción al tabaco, se maneja el siguiente parámetro: el tiempo que pasa entre despertar y encender el primer cigarrillo. Si trasladamos la duda a nuestro tema: ¿cuánto tiempo pasa entre el momento en que abres los ojos en la mañana y el primer contacto con tu celular o tu Tablet? Asumo que la distancia de tiempo no es mucha.. es más, me animo a suponer que es casi un acto reflejo.
En esta última parte de la historia, los humanos nos enfrentamos a lo que se conoce como “Trastorno de Privacidad de Información”. Se acuña este término a raíz de un estudio desarrollado por el International Center for Media & the Public Agenda (ICMPA) realizado a 200 estudiantes. La propuesta era simple pero descabellada: Abstenerse de usar tecnología durante 24 horas. Cero PC, redes sociales, email, iPod, smartphones, televisión, radio y hasta periódicos por un día. Después de este umbral de ausencia de medios, los alumnos fueron invitados a escribir sobre su experiencia en blogs y webs universitarias. Durante el “unplugged” masivo, los estudiantes desarrollaban su vida social, académica y familiar sin estar conectados.
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Muchos de estos chicos se relacionan diariamente a través de la tecnología, por lo que casi todos odiaron el experimento. Algunos se frustraron por estar lejos de su teléfono, otros se sentían solitarios o tristes, más irritables, frustrados, malhumorados, ausentes, fuera de lugar y otras sensaciones parecidas. Muchas de estas condiciones afloraban en los momentos en los que interactuaban sin tecnología; como tomar notas, llamar a su familia o amigos, revisar scores deportivos, entrar a Facebook o tomar fotos. Casi todos declararon que “sentían como que se perdieran algo importante”. Lo peor es desarrollar tu vida sin estos implementos cuando el resto del mundo continúa usándolos: compañeros de cuarto  con juegos de video, gimnasios con televisores, computadoras en los salones, cafeterías con el 90% de personas conectadas, entre otras.
Lo más interesante fue que varios en el estudio notaron el fenómeno “Phantom Ringing” (llamada fantasma), algo así como que sentían el sonido o una vibración del celular a pesar de no estar con él.  Quisiera rescatar algunos testimonios:

-“Sentía cómo mi chaqueta vibraba – usualmente ahí dejaba mi celular – y lo buscaba ansiosamente… hasta que me di cuenta que había dejado el celular en casa”
- “A sabiendas de que mi teléfono estaba apagado y en casa, metí mi mano al bolsillo al menos 30 veces para coger un celular vibrando que no estaba ahí”.
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Podrá sonar extremo el hecho de alucinar un teléfono fantasma portándose como un alma en pena o un cargo de conciencia, pero son reacciones afines a una tremenda dependencia a estos dispositivos.
Conforme se desarrollaba el experimento, algunos estudiantes comenzaron a encarar un umbral de adaptación al mundo real. Notaron que su concentración en clase mejoraba (entendiendo que cuando uno toma notas con un celular o Tablet, oscila entre los temas del curso y las redes sociales casi instantáneamente). Tomar notas a mano para algunos significó reacostumbrarse a plasmar sus ideas en una hoja sin posibilidad de borrar un error, cualidad ilógica en procesadores de texto.
En líneas generales, muchos de los chicos que participaron en este blackout multimedia concluyeron que su tiempo fue más provechoso, se sintieron más productivos, mejoraron sus niveles de atención y su tiempo libre creció enormemente (algunos leyeron libros completos o sintieron menos prisa en las mañanas cuando no podían revisar su teléfono). Casi todos se sorprendieron con la enorme distracción que significa el uso de tecnología en la vida diaria, incluso acabaron sus deberes mucho más rápido al no tener Facebook, un videojuego o un televisor cerca.
Pasadas las 24 horas, todos sintieron un alivio gigante y retomaron su actividad. Muchos revaloraron algunas condiciones y mencionaron sentirse motivados en el proceso de invertir más tiempo en actividades diarias sin recurrir siempre a la tecnología. Muchos de ellos también afirmaron que preferirían no volver a pasar por esa traumática experiencia. Sin embargo, la moraleja de este proceso fue que la tecnología no hace una diferencia muy marcada entre el aprovechamiento o el desperdicio de tiempo, sino nuestra actitud crítica hacia ella.
Varias de las ventajas del proceso de desenchufarse radican en no enfrascar nuestra atención en pantallas fijas, sino en analizar nuestro entorno. La tecnología facilita la vida, pero no debe ser quien rija nuestras emociones o los grados de afectividad que desarrollemos con los demás o con nosotros mismos.
No quiero caer en los romanticismos de algunas personas que dicen que prefieren “el contacto real, ver a alguien, salir, la experiencia sincera de la vida” y críticas de ese tipo, pues están fuera de discusión. Esto se trata de que desarrolles la capacidad de independizarte a voluntad de los nuevos procesos. Te invito a practicar una rutina sana y liberarte de tanto en tanto del mundo virtual y disfrutar más del real. Si crees que exagero, responde: ¿cuántas veces revisaste el teléfono mientras leías este artículo?